miércoles, 31 de octubre de 2012

Por narices

Después de unos meses desde nuestro establecimiento en el sudeste asiático me daba en la nariz que necesitaba graduarme la vista. Llegué con el tiempo justo a la óptica, pero, por muy poco, evité que me dieran con la puerta en las narices. Una simpática oftalmóloga de origen indonesio me atendió y certificó que efectivamente mi miopía se había acentuado, poco, pero lo suficiente como para requerir la sustitución de las lentes de mis gafas. Como en tantas otras ocasiones, soporté con paciencia y una sonrisa el manido discurso de las narices sobre los beneficios de la operación láser. La idea de que me solucionen mis problemas visuales usando la espada de Darth Vader nunca a sido de mi agrado. Así que rechacé su oferta argumentando que mucha gente lleva gafas, incluso sin cristales, únicamente por motivos estéticos, y que además, a mí no me causan ninguna molestia. A lo que la pequeña oculista contestó: “Claro, le entiendo, esa gran nariz que tiene es un buen soporte para sus gafas y por ello no le son incómodas”. Mis ojos se abrieron como platos, “¿Cómo? ¿Me está llamando narizón en mis propias narices?” —Pensé con perplejidad—. Ella enseguida matizó su afirmación y me explicó que hay una gran cantidad de asiáticos chatos, que tienen verdaderos problemas a la hora de llevar este accesorio de corrección visual, y que su alegato debía tomármelo como un halago, ya que mucha gente en estas latitudes desearía tener ese apéndice sensorial tan grande y estilizado como el mío.

Perfil
 
Hasta aquel incidente no me había fijado, pero tras un interesante ejercicio de observación me di cuenta de que no le faltaba razón. En algunos casos el puente nasal entre los ojos de los asiáticos es prácticamente inexistente, como si se lo hubieran hundido hacia dentro. Sus aparatos olfativos tienden a ser más anchos que altos y hay casos extremos en los que el par de orificios parecen una escopeta recortada apuntando amenazadoramente.

Ya me olía yo que no sería la última vez que iba a recibir comentarios de ese tipo y pronto me di de narices con ellos. Así, la parte exterior de mis fosas nasales ha sido objeto de piropos por parte de recepcionistas de hotel, camareros y masajistas, entre otros. Al principio hice el esfuerzo de tomármelos como una demostración de cierta envidia sana, pero acabaron por hacerme sentir como Góngora al leer el famoso soneto de su gran “amigo” Quevedo, y he de reconocer que llegaron a tocarme las narices.

Uno de estos episodios tuvo lugar en Tioman, una isla de Malasia en la que hicimos un curso de submarinismo. Cuando llegó la hora de repartir las máscaras de buceo, el monitor, que previamente ya nos había mostrados sus dotes de orador chistoso, me miró y me dijo: “Mmm... con esa nariz creo que vamos a tener problemas para encontrar una máscara que te sirva”, y para redondear la gracia continuó con: “Quizás, hasta necesites dos botellas de oxigeno, ja, ja”. Me giré hacia mi mujer y le susurré: “Ya estamos otra vez, ¡este tío es un tonto de las narices!”. Lo más gracioso es que lo decía en serio. Cuando se acercó para darme a probar algunas de ellas, la mayoría eran de tallas pequeñas. Me propuso unas antiguas y horribles gafas de buceo, aquellas que tenían un único cristal ovalado, a lo que me negué rotundamente. Asomé la nariz a la caja de las máscaras y me probé un gran número de ellas. El instructor no paraba de meter las narices en mi proceso de selección, desaconsejándome el uso de todas y cada una de mis elecciones, hasta que finalmente acabó por hincharme las narices y decidí ignorarlo.  Elegí unas con un toque moderno que me quedaban de narices, bueno, a decir verdad, un poco ajustadas.

Máscaras
 
Nos sumergirlos en el cálido mar de la China, donde durante unos 45 minutos descubrimos coloridos peces tropicales, tortugas marinas y espectaculares arrecifes de coral. En ese intervalo de tiempo la presión hidrostática empujó de forma implacable la máscara contra mi rostro y para cuando salimos del agua el dolor en la parte superior de mi apéndice nasal era casi insoportable. A pesar de lo que evidenciaba mi enrojecida zona inter-ocular, sufrí el dolor en silencio para proteger mi hemorroidal orgullo. Y todo por usar unas gafas de buceo que, a pesar de los reiterados avisos, decidí ponérmelas por narices.